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12 noviembre 2006

 

E aquí una ronda de chistes para los + aburridos

Los tres castigos chinos


Un hombre llega a una posada y le pregunta al administrador si tiene un cuarto para pasar la noche. El administrador era un anciano de 120 años de edad recién llegado de Pekín. Este le responde que solo tiene un cuarto en el tercer piso junto al cuarto de su hija, y se lo ofrece, no sin antes advertirle que si le pasaba algo a su hija, le aplicaría los 3 castigos chinos.

El hombre le asegura que no va a pasar nada y acepta el cuarto. A la hora de la cena, baja por la escalera una Chinita de unos 16 años de edad, muy guapa y sensual. Durante toda la cena la Chinita no deja de mirar al hombre y este no podía de dejar de pensar en lo que le había dicho el anciano.

Por la noche, la tentación fue demasiado fuerte para el hombre y este pasó mucho, pero que mucho tiempo con la Chinita... cansado volvió a su cuarto a descansar y se durmió.

A la mañana siguiente, amaneció con una roca inmensa encima de su cuerpo con un papel que decía: Plimel castigo chino: loca encima de cuelpo.

El hombre piensa que si eso era lo peor que podía hacer el pobre anciano, no iba a haber mayores problemas, se levanta, carga la roca y la tira por la ventana. Al tirar la roca por la ventana ve otro papel en el marco de la ventana que decía: Segundo castigo chino: loca amalada a huevo delecho.

El hombre al ver que la cuerda ya estaba llegando al punto en que más se estiraría, no se lo piensa 2 veces y se tira por la ventana, mejor un par de huesos rotos que un huevo menos. Cuando va cayendo por el segundo piso, lee un gran cartel en el piso que decía: Telcel castigo chino: huevo izquieldo amalado a pata de cama.


El funeral del albañil


En el funeral de un albañil, un hombre desconocido por la familia llora amargamente, se le acerca la mujer del difunto, y dice:

-¿Era usted amigo suyo?
-Si

-¿Le quería mucho?
-Si, sus últimas palabras fueron para mi.

-¿Ah, si? y ¿cuáles fueron?
-Mariano, no muevas el andamio.


Examen final


Era el examen final de inglés en la facultad. Como muchos de los exámenes universitarios, su principal objetivo era eliminar a los nuevos estudiantes, ya que si no habría más de 800 alumnos por clase. El examen duraba dos horas y cada estudiante recibió su correspondiente hoja de examen con las preguntas.

El profesor era muy recto y severo, catedrático a la antigua usanza, y le dijo a toda la clase que si el examen no estaba sobre su mesa después de dos horas exactamente, no se aceptaría, y el estudiante sería suspendido.
Media hora después de empezar el examen, un estudiante entró por la puerta y le pidió una hoja de examen al profesor:

- No va a tener tiempo usted para terminarlo -dijo el profesor al dársela-.
- Si que lo terminaré -contestó el estudiante-.
Se sentó y empezó a escribir. Después de dos horas, el profesor pidió los exámenes , y todos los estudiantes, en ordenada fila, los entregaron. Todos menos el que había llegado tarde, que continuó escribiendo como si nada pasase.

Después de otra media hora, este último estudiante se acercó a la mesa donde se encontraba el profesor sentado leyendo un libro. En el instante en que intentó poner su examen encima del montón, dijo el profesor al alumno:

- Ni lo intente. No puedo aceptar eso. Ha terminado tarde.
El estudiante lo miró furioso e incrédulo.
- ¿Sabe quién soy? -le preguntó-.

- No, no tengo ni la menor idea -contestó el profesor en tono de voz sarcástico-.
- ¿Sabe quién soy? -preguntó nuevamente el estudiante, apuntándose a su propio pecho con su dedo, y acercándose de manera intimidante-.

- No, y no me importa en absoluto -contestó el profesor con un aire de superioridad-

En ese momento, el estudiante cogió rápidamente su examen y lo metió en medio del montón, entre todos los demás.

- ¡Cojonudo! -exclamó-.

Y se marchó.

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